Los libros se empiezan a leer por el principio, se sigue con ellos página tras página, y cuando hemos llegado al final, lo damos por concluido. Bueno, puede parecer a primera vista que las cosas son así, pero ¿quién no ha retrocedido alguna vez en una novela, aunque sea solo un par de líneas, para recordar algún detalle que se le ha pasado? Y no hablemos de cuando a algunos les (nos) pica la curiosidad y avanzan unas paginillas.
En realidad, los libros no se leen linealmente desde el principio hasta final, y aunque en narrativa sea aproximadamente así, en libros de texto o especializados lo normal es justo lo contrario: hay una gran cantidad de información a la que «accedemos» en busca del dato concreto que nos interesa consultar en un momento dado. Y no solo eso, sino que nos movemos mucho de una parte a otra para complementar, ampliar o simplemente recordar algo relacionado con lo que estamos leyendo.
Los libros deben proporcionar los mecanismos adecuados para que este acceso sea cómodo y eficiente: índices alfabéticos, folios, remisiones… La información, además, debe estar claramente estructurada (secciones, figuras, cuadros…) y convenientemente identificada, normalmente con números.
¿Qué hacemos cuando buscamos algo en un libro? Nos movemos, por ejemplo:
Como se puede ver, no siempre vamos del texto a otros elementos, sino que a menudo el camino puede ser inverso. Este detalle se olvida con frecuencia.
El paso no es necesariamente directo. Así, de una remisión en el texto seguramente iremos al folio (hojeando hasta que demos con el identificador que buscamos) y de ahí bajaremos al título; por ejemplo, si se remite a la sección 5.3, hojearemos hasta dar con un folio que diga que se está en ella, y de ahí buscaremos el título (tal vez retrocediendo alguna página).
En obras didácticas ilustradas, el orden de lectura puede ser aún más complejo, con movimientos entre el texto, las figuras, los epígrafes, las leyendas, los recuadros…
La negrita es un recurso especialmente interesante en el acceso de la información: se aplica a menudo a los títulos, pero también puede estar en el cuerpo del texto. La negrita tiene, como forma de énfasis, una función diferenciada de la cursiva: mientras que esta última sirve para destacar algo durante la lectura, la negrita permite destacar aquello que buscamos en un vistazo rápido, pues su virtud es que rompe el gris tipográfico (al tiempo que es su defecto, cuando se aplica indebidamente).
Por ejemplo, se puede querer destacar en el texto los números de fórmulas químicas que aparecen como figuras, para así encontrar con rapidez su explicación. También puede servir para que ciertas expresiones usadas en el texto funcionen como «titulillos»; naturalmente, solo deben destacarse así unas pocas expresiones, o de lo contrario perderá su función (la cursiva, en cambio, se usa siempre que se necesite, pues no rompe el gris tipográfico).
En los documentos electrónicos, en los que es más difícil hojear, resultan especialmente importantes los hipervínculos, que en formatos como PDF facilitan mucho el movimiento por el documento: se pulsa sobre una remisión y directamente vamos a la sección correspondiente, o se pulsa sobre el título de una figura y vamos a la parte del texto donde se habla de ella.
Gracias a los hipervínculos, además, el diseño se libera: no es necesario que las notas vayan al pie u otro lugar previsible, como en un libro impreso, y pueden estar incluso en otro documento. La adición de hipervínculos va de la simplicidad de la automatización completa, como en LaTeX, a la laboriosidad de lo manual.
Muy recomendado es el libro de Andrew Haslam Book design, adaptado excelentemente al español con el título de Creación, diseño y producción de libros (Barcelona, Blume, 2007). Por cierto, los ejemplos de publicaciones españolas en el libro, muy abundantes, son del original inglés.
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