En la comunicación científica se emplean en esencia tres tipos de lenguajes: los naturales, los simbólicos y las nomenclaturas. Los lenguajes naturales nos sirven para nuestra comunicación verbal y por tanto han de seguir las normas propias de cada lengua.
Los lenguajes simbólicos se basan en elementos gráficos y combinaciones de ellos, de forma que nos permitan las manipulaciones formales según ciertas reglas (las matemáticas son, sin duda, el ejemplo paradigmático) y que además son, en buena medida, universales.
Las nomenclaturas están en un punto intermedio, pues combinan elementos textuales con otros más formales y basados en ciertas convenciones: la taxonomía de seres vivos se basa en emplear palabras latinas, los compuestos químicos se basan en el empleo de un buen número de signos y símbolos combinados con palabras de la lengua natural creadas según ciertas normas.
Por la habitual falta de comprensión del formalismo científico se han extendido en la literatura ortotipográfica española una serie de errores de concepto, que no se ajustan ni a la tradición ni a las normas. En particular, se tiende a «normalizar» más allá de lo que las propias normas establecen, con la justificación de que está en su espíritu.
Pero como ya se ha dicho, por lo general el objetivo de las normas no es establecer cómo debemos expresarnos en nuestro propio lenguaje natural, sino dar los medios formales para poder comunicarnos de forma inteligible para todo el mundo; así, veinte pascales es la lengua natural y 20 Pa es la formal; los roedores en nomenclatura científica pasan a ser Rodentia, y una fecha como 15 de noviembre del 2004 se expresa formalmente como 2004-11-15. La extensión a las lenguas naturales de lo establecido para las formales (por ejemplo, ordenar la fecha como 2004 noviembre 15 o escribir ampere en lugar de amperio) es una de las equivocaciones más frecuentes en la aplicación de las normas.
Para comprender mejor la diferencia entre un símbolo y una abreviación puede pensarse en su formación: en algunos casos un símbolo es una palabra abreviada (cos de coseno), mientras que en otros es un signo meramente convencional (+ para la suma o, más algebraicamente, para una operación arbitraria que sigue ciertas reglas). Por otra parte, hay signos que no se han tomado como símbolos (como el calderón ¶) y las abreviaciones no tienen por qué funcionar como símbolos (incluyendo las que se escriben sin punto, como «sii» y su alternativa «syss», o las siglas bibliográficas, como Lc para el Evangelio según San Lucas).
Al no ser abreviaturas, se «explican» y no se desarrollas ni equivalen a texto: así 21/2 se explica como «raíz cuadrada de dos», pero no es correcto tomarlo como desarrollo textual y escribir «Calcúlese la 21/2». En cierto modo los símbolos (los números son parte de la lengua simbólica matemática) funcionan como antropónimos, sin artículos: «Calcúlese 21/2». En ocasiones, puede ser necesario entremezclar la explicación con el texto, como «veinte sacos y medio» para «20½ sacos» o «diez sacos por segundo» para «10/s sacos».
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