Artículo publicado originalmente en Panace@, con correcciones.
La traducción, como es bien sabido, consiste en trasladar el sentido de un texto de una lengua a otra. No siempre es posible o deseable trasladar el sentido de una palabra, sobre todo cuando se trata de un nombre propio o en ciertos estudios lingüísticos, por lo que podemos dejar la palabra sin cambios. Sin embargo, cuando la lengua de origen utiliza una escritura que no es la nuestra, la latina, en ocasiones hemos de recurrir a algún mecanismo para poder representar las palabras originales. El proceso de pasar de una escritura no latina a la latina se conoce como romanización.
En la romanización se pueden distinguir a su vez dos categorías: la transcripción y la transliteración. Ambas buscan representar una lengua con el sistema gráfico de otra, como por ejemplo, el japonés con la escritura latina. La diferencia está en que la transcripción parte de la forma hablada y tiene en cuenta la pronunciación de la forma escrita de la lengua de destino o de algún sistema convencional, mientras que la transliteración parte de la forma escrita e intenta ser un reflejo fiel de ella. Por este motivo, no cabe hablar de la transliteración al español del francés, ya que el sistema gráfico es el mismo, o de una lengua ágrafa, pues ésta carece de forma escrita. En ambos casos sí es posible una transcripción, pero en la actualidad no se suele transcribir de una lengua a otra si la escritura es la misma y quedan pocas lenguas ágrafas (que, en todo caso, son muy minoritarias; al contrario de lo que se afirma en ocasiones, las principales lenguas africanas no son ágrafas, ya que se escriben desde hace varios siglos).
Salvo dentro de una misma familia de escrituras (latina/ griega/cirílica, árabe/hebrea, escrituras índicas, etc.), toda transliteración tiene algo de transcripción para adaptar un sistema a otro (por ejemplo, suplir vocales no escritas en el árabe). Con todo, esto se hace con criterios esencialmente gráficos y no fonéticos, de forma que se permita la transliteración inversa, es decir, la restitución del original.
Uno de los objetivos de este artículo es ver cómo se establecen las correspondencias entre una escritura y otra. Mientras que la transcripción únicamente presenta el problema de los sonidos que no son coincidentes (lo que no es poco), en las transliteraciones podemos basarnos en algún otro criterio convencional. Los tres principales son los siguientes:
Etimológico. En escrituras de una misma familia es fácil establecer correspondencias entre letras por razones etimológicas. Un buen ejemplo es la beta griega (β), que en la escritura latina se puede transliterar como b, a pesar de que su pronunciación es como una v francesa, sonido que también tuvo en buena parte de la época clásica. Sin embargo, como la b y la β están emparentadas etimológicamente, ésta ha sido la correspondencia más habitual (el sistema oficial ELOT, sin embargo, translitera la β como v).
Fonético. Es uno de los sistemas más habituales. Se elige un sonido representativo de la letra en la lengua original, y se elige también una letra representativa de ese sonido en la escritura latina. Por ejemplo, es frecuente que las vocales latinas se elijan según la pronunciación que tienen en italiano y español, de acuerdo con un principio seguido muy a menudo de «consonantes como en inglés, vocales como en italiano».
En ocasiones, la romanización se basa en lenguas afines a la original que usan la escritura latina, como es el caso de algunos sistemas para el cirílico, que se basan en el checo y el croata.
También se pueden aplicar criterios pragmáticos, como con el dígrafo oe para el diptongo coreano cuya pronunciación puede ser como la ö alemana o como ue, según el dialecto.
Gráfico. Se elige en la lengua de destino un carácter cuyo aspecto sea similar al de la escritura original; por ejemplo, w para representar la omega griega (ω). Algunos sistemas para el cirílico transliteran la x con la letra latina de la misma forma (su pronunciación es la de nuestra j).
Una vez aplicados los criterios anteriores y algún otro, como el morfológico, pueden quedar letras libres; a veces se acaba estableciendo las correspondencias simplemente de forma arbitraria.
Con la llegada de Internet y la necesidad de limitarse a escribir texto sólo con caracteres ASCII, han aparecido nuevas soluciones al problema de la transliteración. Por ejemplo, un recurso habitual es usar las letras mayúsculas para indicar alguna variante (A para prolongar la vocal, T para una t enfática, etc.).
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