Uno de los conceptos clave en la romanización es el de reversibilidad o transliteración inversa, es decir, la posibilidad de reproducir la forma original escrita, en el caso de la transliteración, o de la forma original oral, en el caso de la transcripción. La ISO (Organización Internacional de Normalización) establece una clasificación en tres niveles, y por lo general los sistemas de transliteración optan por uno de ellos; sin embargo, la norma ELOT 743 para el griego, por ejemplo, permite elegir el grado de precisión. Los niveles son los siguientes:
Transliteración estricta, uno de cuyos fines ha de ser que un lector que conozca la lengua convertida pueda restaurar mentalmente y sin equívocos la grafía original y así pueda pronunciarla. Se aceptan variantes en función de la posición de los caracteres si resulta útil (por ejemplo, si una letra está a comienzo de palabra o no).
Conversión simplificada, que puede ser necesaria cuando se usan dispositivos que no aceptan todos los caracteres precisos para una conversión estricta. Puede haber variantes nacionales o regionales que no permitan la completa reversibilidad.
Conversión popular, para escribir nombres extranjeros de manera uniforme en la prensa de un país concreto. En este caso, hay que tener en cuenta la fonética y la ortografía de la lengua de destino, y por tanto se debe restringir a ese país.
La ISO establece cierto número de directrices, como que las transliteraciones no deben tener en cuenta factores fonéticos o estéticos ni los usos nacionales, pero no entra en detalles sobre las condiciones específicas que un sistema de romanización debe cumplir para ajustarse a esos requisitos. Esta clasificación sigue muy de cerca las tres categorías tradicionales de conversión científica, conversión bibliológica y conversión popular.
Para este artículo, clasificaré los niveles de reversibilidad en cinco categorías.
Transliteración gráfica. En este caso, se busca una correspondencia de uno a uno entre un sistema gráfico y otro, sin más consideraciones. No es necesario un gran conocimiento ni de la lengua ni de la escritura originales, ya que la conversión se puede hacer de forma casi mecánica. Con este sistema incluso se pueden reproducir erratas, lo que resulta particularmente interesante en paleografía y documentación.
Transliteración ortográfica. Aquí se introducen varias simplificaciones basadas en la ortografía de la lengua original, lo que ya implica ciertos conocimientos para poder volver al original. Con este sistema se supone que hay una ortografía correcta, por lo que las erratas no siempre se pueden reproducir.
Transliteración simplificada. En este nivel ya no podemos hacer una transliteración inversa, pero al menos sí podemos reconocer si un texto en otra escritura se corresponde con su romanización. Se puede considerar que muchos sistemas de transliteración se basan en la reversibilidad ortográfica con ciertas dosis de reconocimiento.
Transcripción fonética. Una transcripción fonética es tan convencional como una transliteración, ya que en ella se establece una correspondencia directa entre un sonido o un fonema y una cierta representación escrita. Representar de forma genérica los sonidos de cualquier lengua con el sistema ortográfico de otra es una tarea, en principio, imposible, y por ello este tipo de transcripción se apoya normalmente en sistemas o alfabetos especializados, como el alfabeto fonético internacional.
Conversión popular. En realidad, ya dejamos las transcripciones, y el resultado, que puede tener poca relación con el original, viene a ser una mezcla de transcripción, transliteración y reajustes ortográficos más o menos arbitrarios (como supresión de diacríticos, de letras dobles, etc.). Obsérvese que no se respeta la forma original escrita ni tampoco, en general, la hablada, que en ambos casos se reducen a meras aproximaciones, por lo que puede resultar imposible siquiera reconocer las palabras.
Una sexta categoría, que afecta a ciertos nombres propios, sería la forma tradicional, como Londres, Cantón, Birmania y Tomás Moro, que han evolucionado dentro de nuestra propia lengua o se adaptaron en un tiempo en el que era frecuente hacerlo a formas completamente integradas en nuestros sistemas fonológico y ortográfico. A menudo, las formas tradicionales se engloban en las conversiones populares, pero se trata de fenómenos y procesos distintos; por ejemplo, Yangtsé es una conversión popular y no un nombre tradicional, como revela la combinación de las cuatro consonantes ngts, imposible en español.
Para que un sistema sea completamente reversible no es necesario, como a veces se afirma, que haya una correspondencia de una letra a otra. Por ejemplo, en algunos sistemas de transliteración del cirílico se usan las combinaciones kh, sh, ch, etcétera, sin que la h esté asignada a ningún carácter de la escritura original; en este caso, la reversibilidad no queda comprometida.
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